24.8.15

PALABRAS: “¿qué lees mi señor?...Palabras, palabras, palabras....” (Hamlet)

Los diez números y las veintidós letras, ese es el fundamento de las cosas.
(Amos Oz)

Cosa es todo aquello que se puede nombrar. El nombre, las palabras, confieren estatus propio, ontológico, diría un metafísico, a las cosas, que se presupone están ahí. El noúmeno kantiano.

La realidad, término que engloba a las cosas objetivas, es posible gracias a algo subjetivo, la nominación. Adán, en el mito, pone nombres a las cosas, por encargo divino. Así, en esa interpretación, el creador encarga al hombre la nominación, el estatus de las cosas.

Lo que pone en cuestión la misma noción de objetividad. Los filósofos hablan de la esencia de las cosas. Una esencia objetiva, en-sí, objetivo de la atención, el interés humano, que, evidentemente, a su vez, sería otra cosa-en-si y así indefinidamente. Me temo que de estas series de palabras-que-nombran- otras-palabras es de lo que, en realidad, se ocupan, los filósofos. Pero una esencia, no es más que  la suma de los objetos susceptibles de ser mencionados, de los términos sobre los cuales, o en los cuales, algo podría decirse. Así llamamos objeto a cualquier sustancia, esencia, acontecimiento o verdad cuando se convierten incidentalmente en temas del discurso. “Objeto, objetividad” no son más que otras palabras a las que asignamos un estatus privilegiado, en el discurso.

Estamos, pues, encapsulados en el mundo de las palabras, aunque, comúnmente, se crea, se suponga, que estamos en el mundo de las cosas-en-si. Cuando el filósofo define al hombre como ser-en-el-mundo le falta añadir en-el-mundo-de-las-palabras.

Dentro de las convenciones, inevitablemente presupuestas, hay que contar con la de la existencia de un mundo exterior, que está ahí fuera y al que nos referimos con las palabras. Pero ese mundo, “estoy en mi mundo” se dice a veces, el mundo en el que el sujeto se  considera en casa, es el mundo de las palabras que constituyen su-mundo.

Si nada está dado no es posible la comparación. No es posible, por tanto la antigua teoría de la tabla rasa. Ese dado-previo, el trasfondo, utilizando la denominación de Habermas, está constituido por las palabras que definen la cultura en la que el sujeto está anclado. Hay que evitar el juego del huevo y la gallina. El caso es que hay lenguaje, palabras, y  este  constituye nuestro mundo.


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