16.2.09


COMPLEMENTARIAS 2ª

Los filósofos, la filosofía, viven en “el mundo de los principios”, en el mundo de las reglas generales, universales, que determinan lo que se puede saber y lo que se debe hacer.
Es una diferencia con los magos, brujos, hechiceros, chamanes, con los que, a veces, se les ha emparentado, y de los que, quizás procedan. Estos, los chamanes, brujos, etc., proporcionan “recetas para problemas concretos, particulares”, mientras que los sedicentes filósofos, los sabios, proporcionan “reglas generales, universales” para aplicar a problemas particulares.
Desde hace más de diez siglos, los filósofos discuten sobre el estatus ontológico y epistemológico de ese mundo. Dante coloca a los filósofos en el primer circulo del infierno, el Limbo, donde están condenados a “sanza speme vivemo in disio”,(“vivir sin esperanza y con deseo”, Canto IV, 42). Lo que recuerda a Kant, “Engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar pero que no puede concluir jamás”,( C.R.Pura, A.236).
Los más modernos, hablan, recordando a Platon, de un “tercer mundo”, una especie de mundo eidético, un “mundo objetivo”, del que sigue siendo pertinente la pregunta por su estatus.
El caso es que, en la actualidad se puede afirmar, se afirma, que en el ámbito moral, “no hay ningún principio general del que se pueda afirmar que es válido siempre y en cualquier circunstancia”. Lo contrario, exigiría una prueba que esta fuera del alcance de los medios actuales de conocimiento, (Principia Ethica,109), a no ser que se de por supuesto lo que se trata de demostrar.



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